MANIFIESTO ALQUIMISTA A LOS POETAS, ARMANDO DUVALIER



Manifiesto alquimista a los poetas
ARMANDO DUVALIER


Amigos poetas, artistas, señoras y señores:
nosotros los nuevos alquimistas
vamos a iniciar a ustedes en las formulas secretas,
para hacer que los piojos se conviertan en siringas;
las momias en bajeles
y los rebuznos en begonias de oro.

Nuestra patria fue Caldea
y tenemos como abuelos a Hermes Trismegisto,
que nos dio el sistema
para hacer que los pendejos, izquierdos o lampiños
nos laman los pies como los cerdos.
A Arnau de Villanova, que con su magia, desde lejos,
hizo un niño de oro en el ombligo de un arcángel;
y sobre todo, Para Celso,
que a pesar de sus múltiples quehaceres
incendió el pueden dum masculino
para eterna alegría de las mujeres.

Estos honorables alquimistas
nos dejaron como herencia
las recetas que hicieron  los homúnculos,
su gran clarividencia;
y descifrando su gran abracadabra
pudimos transformar los hígados de un burro
en doradas azucenas,
chimisturria que en nuestra ciencia paralógica
llamamos crisopeya.

Tenemos como ascendientes a filósofos
como Heráclito de Éfeso,
quien descubrió que si miramos por segunda vez a un heliotropo,
ya no es cometa sino vil marrano;
y también a los eclécticos
que desde la antigua Grecia a nuestros días
han aceptado lo mejor del pensamiento
de todas las escuelas.

Es grande la lista de parientes,
teniendo en ella hasta poetas
más o menos igual a los siguientes:
don Luis de Góngora y Argote    
que  dormido fumaba una pistola;
Gustavo Adolfo Bécquer, quien gustaba de guisar golondrinas en aceite;
Tristán Tzara, quien algunas veces se orinaba en la cuchara;
André Bretón, gran catedrático del surrealismo
que una vez nos invitó a comer un cadáver exquisito;
Jean Paul Sartre, existencia lista,
que nos hace renegar a Dios y de las víboras;
y también a Chaplin, que con sus chistes dulciamargos
hace llorar reír hasta a su propia madre.

Admiramos al señor don Fidias
por que hizo un capricornio con cerrillos;
a Leonardo por hacer sus monos lisos,
a Miguel Ángel por pintar con mandolinas
y esculpir con plumas de acuática paloma
y a Rafael por los elegantes chiquihuitos
que lucen sus madonas
y sus querubes sin orines.

Algunos de nuestros botánicos poetas
gardenian igual que las tórtolas de Mozart,
las rubias coliflores de Beethoven,
los nenúfares de Schubert
o bien los ámbares de Wagner.

No somos cocineros ni tampoco pinches
que hagamos ensaladas de otros guisos literarios;
pues a veces si usamos algunas de sus árganas,
a nuestros fiambres alquimistas agregamos
los carajos hervidos en mágicas marmitas.

Por eso sí, manifestamos
ser los únicos y modernos alquimistas
que hemos hecho una novísima gramática
y reformado la semántica,
para dar nueva forma a la poesía,
a veces según el mecanismo lógico
o bien con palabras esotéricas
que arrancan los lirios soterrados
en los túneles del alma.

Somos poetas de la hora y nuestro siglo,
y aunque algunos hombres no entiendan nuestras parábolas,
vosotros, que ya conocéis el nuevo abecedario
gustaréis nuestros agridulces criptogramas
como si fueran los frijoles diarios.


Ahora que sabéis que somos magos,
clarividentes y poetas alquimistas,
que ya conocéis el oriente apasionado
que marca nuestra brújula,
decid a los mancos, ciegos, cojos, jorobados,
como es posible cambiar las cucarachas en bandurrias.

Y hasta aquí, porque vamos a encender
los alambiques y estufas,
para seguir haciendo las filosofales piedras;
el elíxir que nos quite cuando menos
la amargura del pecho desolado;
y también para hacer que el lodo, los gargajos y la mierda
se transformen en esquifas, clavicordio y sonrosado.

Pero lámparas, violas y pájaros anafre,
os invitamos a darle cuerda al violín de los ostiones,
para llegar a los silbatos de la tarde
que espolvorea el otoño con sus ángeles,
y también hasta el romboide
donde se halla, escarbando, la simiente de oro.


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