NICOLÁS GUILLÉN EN CHIAPAS



NICOLÁS GUILLÉN EN CHIAPAS
En este 2002, se cumplen los 100 años del natalicio de Nicolás Guillén. Pero ahora permítaseme ubicarme en la tercera decena del siglo XX. “Soy un mestizo, tengo mi lugar. Un lugar entre Apolo y Coatlicue. Soy real, me fundo en dos mitos” dice el poeta Luis Cardoza y Aragón. Pero aún más allá de los dos mitos el pueblo latinoamericano se funda y se funde en tres sangres, incluida la negra, tan poderosa e inmortal como las otras dos. Ahí está nuestro mestizaje abierto al mundo para seguirse sumando, ahí está nuestra realidad de hoy, de este momento, integrando su voz para hablarle al mundo, para decirle en todas las expresiones que podemos mezclar en beneficio de nuestro discurso, que somos reales, que tenemos nuestro lugar.

Con ese espíritu Luis Palés Matos abrió una puerta amplia y luminosa por donde cruzó una generación de magníficos poetas que hicieron la poesía negrista en América, en ella confluyeron los talentos de Emilio Ballagas, Zacarías Tallet, Andrés Eloy Blanco, Demetrio Korsi y otros muchos formando un amplio colectivo donde la figura principal es Nicolás Guillén, quien dentro del mismo empeño integracionista fue llevado a la partitura del atril popular (Trío Matamoros, Eliseo Grenet, Ignacio Villa “Bola de nieve”, etc.) o bien a las partituras que estaban testimoniando nuestra música en la sala de conciertos (Amadeo Roldán, García Caturla, Silvestre Revueltas, etc.).

Cuando en la vanguardia europea aparecen Kart Schwitters y Hugo Ball, junto con otros que también tremolaban la bandera del Dadaísmo, estas inquietudes utilizan la palabra como elemento fónico y visual:

gadji beri bimba blandridi laula leen caseri
gadjama gramma berida bilbala glanderi gal...

Hija de La vanguardia, la poesía negrista de los treinta aunque es trabajada principalmente con octosílabos, también utilizaba la palabra en buena parte de su estructura con una carga despojada de significado, llevada más bien a establecer sistemas rítmicos que correspondan a los “himnarios” de la música afroantillana.

Sóngoro cosongo songo, sóngoro cosongo de mamey es un recurso para encontrarse con la sensualidad del ritmo, ejemplo que se multiplica por muchos en los diferentes poetas que adoptaron tales tesituras. Parte de las palabras va desplegando su tejido de significados, en la mayoría de los casos con compromiso social, la otra parte se afilia al oficio de los bongoes y las tumbadoras, sustituye al tambor y desde las vocales y consonantes, hace la música y su baile al mismo tiempo que hace la poesía. Si parte de la definición de la poesía es la de: música hecha con palabras, en este caso la palabra no se puede quedar en la definición de ser música solamente, ya que es el tambor mismo sobre el papel y en los sentidos, hablando por el hombre, por sus gozos y por sus deshumanizadoras vicisitudes.

En todo esto había trabajado Guillén, nuestro poeta, y con todo esto en la imaginación y en la pluma llegó a nuestro país a compartirlo con el mejor México de aquel entonces; así fue como entró en contacto con los muralistas, con los músicos de la escuela nacionalista, con los guionistas del cine con preocupaciones sociales, con los narradores, con los poetas comprometidos, con la gente de la danza contemporánea, con la gente del teatro, con los intelectuales independientes.

De su fraterno trato con mexicanos ya había antecedentes en la propia isla de Cuba; de él es, por ejemplo, la narración de aquella anécdota en la que una noche se encerraron a cantar y a decir poesía Guillén, Guty Cárdenas y otros poetas y trovadores en un lugar que se llamaba La zaragozana. Fue tal el gusto, recordaba, que amanecieron cantando, lo que ocasionó que Guty Cárdenas perdiera el barco que lo regresaría a Yucatán y así tuvo que permanecer una semana más en La Habana.

Dentro del tiempo que estuvo entre nosotros quiero citar los días que vivió como huésped en la casa de Aurora Reyes, en el barrio de Coyoacán, que en aquel entonces estaba habitado por artistas e intelectuales que laboraban dentro de las corrientes estéticas y sociológicas de lo nacional, pretendiendo el encuentro profundo de nuestras raíces para que a partir de ahí pudiéramos fundar el México nuevo, lleno de sustancia y verdad viendo hacia el futuro.

Aurora Reyes, la primera muralista mexicana y al mismo tiempo recia y cumplida poetisa (mexicana y universal) que todavía nos falta por descubrir y ubicar en el principalísimo sitio que le corresponde dentro de nuestra poesía, vivía en la calle de Xochicaltitla. En el centro de su jardín estaba sembrada una magnolia y en torno de ella se reunían gozosamente personajes como Juan de la Cabada, José Revueltas, Magdalena Mondragón, Concha Michel, José Muñoz Cota, el poeta cubano Rubén Bernaldo, el deslumbrante ensayista cubano Juan Marinello, Efraín Huerta, el periodista Teodoro Arriaga, la profesora Estela Ruiz, cuya fotografía en donde aparecía vestida de tehuana estaba impresa en los billetes de diez pesos, Nazario Chacón Pineda, Renato Leduc y muchísimos más.

A la muerte de Aurora, sus cenizas fueron enterradas, en emotiva ceremonia, al pie de aquel árbol. Y cuenta le leyenda, que en cada día de su cumpleaños, sus amigos, los más recientes, entre los que me encuentro, se reúnen a festejarla en torno del árbol y entonces, delante de ellos, se abre una hermosa flor blanca, en la cúspide del edificio vegetal, en medio de la atmósfera coyoacanense. Alguna vez, hasta el escritorio del periódico en el que yo laboraba llegó un periodista estadunidense para preguntarme mayores detalles acerca de esos decires.

Pues bien, en torno de aquella magnolia de Coyoacán, bebió, cantó y danzó con las palabras de sus versos Nicolás Guillén, como quizá lo había hecho tantas veces en la Bodeguita del Medio, en la Habana vieja. En los días en los que vivió en la casa de Aurora, Guillén compartió con Bernaldo (su paisano que lo adoraba), Huerta, Revueltas, de la Cabada, Michel, la arqueóloga Eulalia Guzmán... Hubo intercambio de experiencias, de emociones, de sensibilidades. En aquellas tardes bajo la magnolia entró en contacto con un personaje que iba a ser la piedra angular para la modernización de la poesía en Chiapas, Armando Duvalier.

Armando Duvalier fue el gran maestro de la poesía en Chiapas; los sonoros poetas chiapanecos que ahora conocemos deben mucho a las enseñanzas y la experiencia innovadora de este poeta, de este maestro que llevó a Chiapas el reparador aliento de la modernidad. Cuando la gente en Chiapas se adormecía en el apacible romanticismo del provincianamente evocado Rodulfo Figueroa, el poeta, el maestro Armando Duvalier, llegó a sacudir aquella somnolencia con su propuesta llena de maravillas, no siempre bien entendidas.

En muchas ocasiones he sostenido, guardando las distancias que se deben siempre en estos casos, que Armando Duvalier es a la poesía de Chiapas, lo que José Juan Tablada es a la poesía de México. Preocupado por innovar en paisajes estáticos Duvalier llevó el Hai-kai a Chiapas, como Tablada lo trajo a México desde Japón; hizo propuestas a una poesía provinciana como Tablada las hizo en una provincia “nacional”.

De esa manera Duvalier terminó pisando los territorios de la Vanguardia con un afán de llevar nuevas posibilidades de expresión a la creatividad del sureste de aquellos años. Fue mucha su incomprendida audacia hasta el grado de crear la “antipoesía”, que finalmente se convirtió en la propuesta denominada “alquimismo”, con la que va a colocar a la poesía de Chiapas en plena contemporaneidad:

Damas y caballeros:
Les presento al joven dinosaurio el 26 de agosto.
Saluda... Así... Ahora, brinca... Enséñales la pata de pescado.
Ponte el frac de merolico y la cresta de roja cacatúa.
Camina en zanco.
Cloc... cloc... cloc...
¡eres tan ave, tan eléctrico, tan lancha!...

Cuando Duvalier conoció a Guillén, al pie de aquella magnolia de Coyoacán, no pudo menos que quedar deslumbrado con los ritmos que ya sabía del cubano, pero que ahora tenía la oportunidad de escucharlos de viva voz. Lo oyó, lo gozó, preguntó, y así fue como meses después, en la creatividad de Armando Duvalier, Nicolás Guillén llegó a Chiapas.

Al fin poeta de la Vanguardia, y al fin, ubicado el negrismo dentro de las corrientes de la Vanguardia, Duvalier integró ese negrismo poético a sus experimentos literarios. Así –insisto- Armando Duvalier llevó a Nicolás Guillén a Chiapas. Así la poesía de Guillén abrió un nuevo ámbito en el continente, así fue que inauguró nueva casa.

Duvalier se instala negrista en Chiapas:
...Está quemando la noche
La feria de Tonalá
Y se oye a los cuatro vientos
La marimba, la marimba,
Marimbámbala, marimbambá.
Los sabinos se han dormido
En tierras de Soyaló
Para escuchar siempre al río,
La marimba, la marimbambo,
Marimbámbalo, marimbambó.

Y así, del brazo de Guillén, abre Duvalier la llave a otro nuevo torrente de la imaginación:

Vicente azul está triste
Porque ha contemplado el mar...
Vicente azul está triste
Y entre sus labios murmura
(ñáñiga, fárfara, ¡helás!
Ñáñiga, fárfara, ¡helás!)
Una canción en patúa.
Vicente azul tiene un ojo,
El otro lo fue a enterrar
Por jugarse a cuchilladas
A una negra en Tonalá;
Más dice que para ver
Lo poco que hay en el mundo
Con uno le sobra ya.
No falta a ninguna fiesta
Para cantar y bailar
Décimas y zapateados,
Pero borracho lo olvida
Porque es un “negro jugado”
Que sólo sabe llorar.
Pero te quiero, Vicente,
Pues mi padre como tú
Vinieron de la Española
Cantando en el mar azul;
Él primero, luego tú,
Pero en el mar...
¡Nandambambú!

No sé si ya estando Duvalier en Chiapas y habiendo retornado Guillén a Cuba -en donde sus versos eran cantados ya por trovadores y musicalizados por autores sinfónicos- continuó la comunicación entre ellos, ni tampoco si el poeta cubano conoció el trabajo del chiapaneco dentro de los renglones guillenianos, a lo único que me puedo referir es a que la poesía negrista de Duvalier se constituyó en otro de los importantes aspectos de lo manejado por él en su disposición hacia el Vanguardismo.

La mar, la marí marí
La marimbá,
Canta en las tierras de Chiapas;
Marimba, marímbala, marimbulá.
Gorjea la marimba,
La marín morimbe,
Murimbuli, meribumbulí.
Canta la marimba,
La marimbala
Marímbala;
Marimbalá.
Marimbola,
Farímbola, marimbolá.
Marimbela,
Garímbela,
Marimbelá.
Marimbula,
Karímbula, marimbulá.

Guillén no lo sabía con exactitud, Duvalier sí, que en Chiapas existe un antecedente negro que procede de dos fuentes distintas. Una de las ramas de tal negritud tiene su origen en los esclavos negros que fueron llevados por los españoles a realizar los trabajos más pesados, historia que conocemos bien pues se extendió por todo el continente. La otra linda con los asuntos del misterio, pues varios de los primeros historiadores locales coinciden en afirmar que en Chiapas hubo negros desde muy antes de la llegada de los españoles (es decir, negros nativos) y que existían, hasta el momento en el que ellos investigaron, las enormes cabezas de piedra encontradas en La venta, en el estado de Tabasco.

En Chiapas la mayoría de la gente es muy morena, pero no existen negros como en las costas del Golfo de México o como en algunos pueblos de los estados de Guerrero y Oaxaca. ¿A dónde fueron esos negros de antes (si los hubo) y de después de la conquista en Chiapas? Existen enormes huecos respecto a ese tema en la región. Por ello la propuesta poética de Nicolás Guillén fue considerada seriamente por Duvalier; lo que los científicos y estudiosos no tocaban en Chiapas lo iba a tocar la poesía.

Y la poesía cantó tambores.

Sin embargo, con Guillén ya en Cuba, el trabajo de Duvalier en Chiapas no tuvo continuidad. Los poetas de ahí decidieron voltear hacia otros rumbos. Los caminos de la poesía son muy amplios. Pero en la historia de la literatura en Chiapas ya nadie podrá negar que a través de Armando Duvalier, Nicolás Guillén también vivió en esa llama y pródigo diseminó sus ritmos comburentes.

Conocí a Aurora Reyes, estuve en repetidas ocasiones en su casa, alcancé a tratar a mucha de la gente que aquí he nombrado, a la mayoría. A Nicolás Guillén ya no lo conocí, desgraciadamente. Alguna vez estuve en una reunión en la UNEAC, allá en La Habana (el era presidente de esa agrupación de artistas). Se trataba de una reunión entre escritores cubanos y mexicanos. Discutimos formalmente con varios de ellos, recuerdo: Onelio Jorge Cardoso, Luis Suardíaz, y otros de esa talla, pero Guillén, por razones de salud no pudo estar.

Me hubiera gustado abordarlo en su tierra, hablarle de Aurora Reyes, de su casa en Coyoacán, hablarle de José Revueltas, de Rubén Bernaldo y sobre todo, decirle que él había estado en Chiapas, que junto con Duvalier había recorrido aquella vegetación ignínata, que con Duvalier se acercó a nuestros ríos y que cruzaron a nado sus sonidos. Y le hubiera recitado, claro que sí, aquello de “marimba, marimbamba, marimbambá”.

En Chiapas había quedado, sin embargo, una historia sin conclusión. ¿Qué había pasado con la propuesta que Duvalier llevó a los escritores de allá? No se trataba de un asunto estrictamente poético sino de algo más amplio aún (si es que aceptamos que lo poético no es lo más amplio). Se trataba de encontrarnos por las vías del arte con la inquisición de nuestro pasado, de nuestros orígenes como pueblo y como cultura. Así lo vi y así lo entendí.

Así lo vi y así lo entendí, por eso, después de muchos años y en conocimiento de todo lo aquí relatado, sentí la imperiosa necesidad de cerrar el trazo que Duvalier había abierto en Chiapas desde el latido del corazón guilleneano. Entonces volví sobre los pasos de la poesía negra y empecé a trabajar con ella, porque por lo aquí expuesto, sabía que se trataba de una tradición que también nos correspondía en Chiapas.

En 1998, ya muerto Guillén, ya muerto Duvalier, el Instituto Veracruzano de Cultura publicó mi libro Négridas, en donde retomo la poesía de la negritud y la hago parte también de mi más entrañable trabajo literario. Con eso cerraba, a finales del siglo, lo que Duvalier había abierto a principios del siglo. El ciclo quedaba complementado.

Angus, las Angus,
¿en dónde están las Angus?
¿En dónde las Angus prendieron tambor?
¿De dónde hasta Huixtla?
¿De Huixtla hacia dónde?
Congo morongo,
Negro colocho,
Congo colocho negro bocón;
Huesos de marimba,
Lumbre sobre el suelo,
Lumbre sobre el suelo,
Huesos de marimba,
Tambo que se cimbra,
Tamba del tambor.
Congo morongo,
Negro colocho,
Lumbre sobre el suelo
Negro bocón.
Angus, las Angus,
¿en dónde están las Angus?
¿En dónde las Angus prendieron tambor?
¿De dónde hasta Huixtla?
¿De Huixtla hacia dónde?...

Poco antes de que Aurora Reyes falleciera, en su casa de Xochicaltitla, en Coyoacán, a la sombra de la magnolia de la leyenda, nos reunimos con el compositor Juan Helguera, esa tarde el guitarrista nos tocó su obra Sóngoro cosongo, su sensibilidad nos dibujaba una línea melódica de giros caribeños mientras que su dedo pulgar golpeaba sobre las cuerdas quinta y sexta produciendo las síncopas de un tambor. Entonces Aurora Reyes evocó tantas cosas, la estancia de Nicolás en aquella casa; los versos de Guillén en la voz del poeta y de Rubén Bernaldo; el enorme amor que por Nicolás Guillén sintió la propia Aurora. Y escuchamos de nueva cuenta el Sóngoro cosongo de “Guillén-Helguera” y estuvimos citando fantasmas y poemas, e irremediablemente me acordé de cuando Armando Duvalier llevó a Guillén a Chiapas.

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