Roberto López Moreno, 100 Duvalier telefonos 4. “Un ángel amansando sus teléfonos”



100 Duvalier teléfonos 4

En medio de un denso espacio de silencio (que tan cierto muy no ha sido) el tiempo ha deslizado sobre su hipotenusa una “ligera”, digamos, desatención hacia la figura y la obra del maestro.

Yo supe al maestro hace mucho, pero entre brumas. Oía hablar desde la ciudad de México, adonde fui llevado desde niño desde las brasas huixtlecas desde el aquel entonces. Y desde esos desdes me llenó de inquietud lo cosechado y la alquimia de la sangre produjo así el sobrelatido. Y sentí —no por eso— pero lo sentí, que ese hombre era interesante (tradúzcase: “mayor”), pero me pregunté en constante, por qué esa grandeza pretendía ser ignorada por los que sabían, por los que sabían en lo seguro de su existencia más que yo que empezaba a querer saber acerca de él y de las cosas de mi tierra, y las de mi país, del mundo, pues.

Y leí más y crecí lo suficiente como para saber que en Chiapas existía un gran maestro de la poesía que había llevado al sureste de las vísceras candentes una gran variedad de novedades expresivas, pero que pocos, muy pocos, eran los que se detenían ante la rica exposición. E inventé la palabra “Vanguardista” (o sea, el que va adelante rompiendo lo bien portado con la novedad de la irreverencia convertida en puño para que el movimiento se mueva), y dije entonces: “yo quiero ser un poeta vanguardista como él”. Después vi que en los años veinte, en los treinta y en los cuarenta, otros poetas me habían querido imitar a mí, que nací en el cuarenta y dos, y que habían querido ser “vanguardistas” como yo, y para eso habían inventado el “Vanguardismo” de entreguerras enderezado en contra de la cultura bélica.

Pero estamos con Duvalier… al que llamo el gran maestro de la poesía chiapaneca, el que vino a sacudir somnolencias y por eso sólo, no era considerado (o sí, para desconsiderarlo). ¡Qué molesto el que nos viene a zarandear la hamaca! Claro, dentro de los que se consideraban actualizados había quienes preferían voltear hacia Lima —pongo un ejemplo— para traer a Tuxtla Gutiérrez al Vallejo de Los heraldos negros y despreciaban el que en Tuxtla les estuvieran dando sin tenerlos que mandar a pasear a Lima, al Vallejo de Trilce (para mí, al Vallejo mayor), el que no se queda en el palpitar emotivo del lenguaje, sino que lo ama tanto, que se siente autoautorizado y lo sacude, lo retuerce, lo descoyunta, lo azota contra el viento, lo contamina y descontamina en el tubo de ensayo hasta volverlo a construir y hacerlo decir de nueva cuenta, desde otros códigos que remuevan al verbo y a la vida.

Empecé a decirle sobre el hombro del señor de la esquina: “oiga, oiga, existe un Duvalier” y luego, para mi regocijo, oí otras voces, pocas, que me respondían: “sí, sí, existe un Duvalier y camina por la calles de Tuxtla llevando un dinosauro como mascota. ¡Sí, un dinosauro! Para que en la historia de la sangre, el presente siempre sea presente que se mueve rompiendo a cada instante hacia los telares del futuro desde los más pretéritos sustentos”.
“Existe un Duvalier”, dije como escudriñando, y encontré coincidencias en los ululares del viento. Algunos de los que habían sido sus hermanos: Rosemberg Mancilla, Eliseo Mellanes, también esgrimían su presencia.

Después vinieron nombres (pocos) de otras generaciones. Cuéllar dijo: “Existe un Duvalier”. Después vinieron nombres (pocos) de otras generaciones. Nandayapa dijo: “Existe un Duvalier”. Después vinieron nombres (pocos)… Y ahora, aquí; aquí y ahora, ya hay nombres (pocos) de las más recientes generaciones, los del hoy-mañana que ya empezaron a tremolar el hecho y el presagio. Julio Solís dice: “Existe un Duvalier” y también dice: “Habrá un Duvalier”. Ya Nandayapa y Solís han recordado que para el chileno Manuel Jofré las vanguardias siempre han existido… y existirán.

Pero aquí entramos a lo épico. Una propuesta como la de Duvalier, como la de cualquier vanguardista siempre va a encontrar oposición de los del buen decir, de los conservadores de las formas, de los bien comportados, de los arregladitos, y de ellos sabemos perfectamente de qué lado los afilia su lógica. Estoy frente a la Poesía Alquimista de Duvalier. Busco la piedra filosofal… y la encuentro. Hojeo las primeras publicaciones del maestro Duvalier: “poesía extravagante, poesía que no se entiende, poesía que nosotros no lo sabemos de cierto, pero que deja harto espacio para las suposiciones”. Me encuentro con el vértice de la epopeya.

En medio del silencio con el que le habían obsequiado los escasos lectores de poesía, los estudiosos dirigidos y antologadores tendenciosos, las instituciones culturales de aquellas épocas, hubo quienes sí se preocuparon por que la novedad verbal se difundiera y en el pie editorial de las breves, escasas publicaciones, leí, se lee, lo leerán los tiempos que vengan: “Editado por el Bloque de Obreros Intelectuales”. Mayor gracia no podía tener la gracia ¡Ardor!
Protestarán con su silencio las fuerzas desatadas. Armando Duvalier, el vanguardista, el incómodo y por lo tanto el acallado por los bienportados, por los bienescritos, rompe los moldes y los que le responden, y los que le publican sus diurnadas novedades son los integrantes del Bloque de Obreros Intelectuales. Mayor congruencia no podía haber… y llena de profunda emoción el saberlo. Los comprometidos con los comprometidos, eso es demasiado estruendo que habrá que acallar con el silencio.

En Chiapas no existe ni existirá el vanguardismo, pero sí existe, porque existe Duvalier y lo supieron en su momento Rosemberg y Mellanes y lo saben en la actualidad Cuéllar, Nandayapa, Solís y el que esto escribe; y más que levantarán la antorcha. Armando Duvalier, Bloque de Obreros Intelectuales: hay congruencia. En Chiapas surge entonces la Poesía Alquimista. Hay vanguardia.

Todo este recorrido ha sido hecho con emoción en homenaje al nuevo libro de Armando Duvalier que publica el Consejo Estatal para las Culturas y las Artes (CONECULTA-Chiapas), Un ángel amansando sus teléfonos, con un detenido estudio preliminar hecho por los escritores Mario Nandayapa y Julio Solís. Aquí encontrará el lector un análisis minucioso de las diferentes formas que utilizó Duvalier en su escritura, por lo que desde siempre le he reconocido como el gran maestro de la poesía en Chiapas.

Ellos mismos se encargan de decir en su estudio que a lo largo de tantos años hemos sido cuatro inquietados los que más a fondo y con mayor pasión nos hemos preocupado por la obra duvaleriana: Ricardo Cuéllar, Mario Nandayapa, Julio Solís y yo: Roberto López Moreno. Es cierto, se trata de generaciones diferentes, casi tocando los extremísimos extremos, pero que sugieren en cada latido los cuatro puntos cardinales dentro de los que la llama de Duvalier se revuelve y de donde habrá de partir hacia las cuatro curvas esterlinas colocándose las sandalias que Empédocles dejara en el borde del cráter étnico.
Los cuatro hemos hablado por el cuarto cien. Son cuatro los que suman cuatrocientos años de haber nacido y los chiapanecos no íbamos a dejar de señalarlo. Por ello alcanza mayor significación el libro que hoy nos dan Nandayapa y Solís. Ellos explicarán con puntualidad las características técnicas de la poesía del tomo. Se trata de diez poemas inéditos más cuatro poemas alquimistas que ya habían sido publicados para que quede establecido en sus dimensiones el poeta que en palabras de Juan Carlos Cal y Mayor Franco “introdujo distintas formas de creación literaria en Chiapas, quien generó una vanguardia a partir de su búsqueda poética, quien ahora a cien años de nacimiento y veinticinco de muerte es reivindicado y homenajeado por las generaciones de poetas y escritores que saben reconocer el valor de su obra”.

Mario Nandayapa y Julio Solís reconocen que “es sumamente triste y al mismo tiempo alarmante cómo los universitarios no conocen la obra poética de Armando Duvalier, ni la importancia que tiene para la historia literaria de Chiapas”. Por ello hacen aquí toda una exhaustiva revisión basándose en la ecdótica y empiezan a nadar entre oleajes de sinestesias, metonimias, hipérboles, prosopopeyas, explicándonos el hilván que el poeta tejió comburente desde lo oriental hasta la negritud.

Duvalier conoció físicamente a Nicolás Guillén en la casa de la poetisa y muralista Aurora Reyes en el barrio de Coyoacán, en la ciudad de México; de ahí se lo llevó a Chiapas en el retumbado de la sangre y en la imaginación creadora. Pero la poesía negra de Duvalier, otra fase de su vanguardismo, no sólo venía de Guillén. Desde sus siglos don Luis de Góngora y Argote lo hubiera saludado con entusiasmo: “Elamú, calambú, cambú” y Duvalier le hubiera respondido: “Marimbola, farímbola, marimbolá”.

Estamos en la casa de Aurora Reyes. Leo un poema que acabo de escribir conmovido por un viaje que hice acompañado por Cuéllar y Nandayapa: “Pujiltic, Pujiltic hacia aquí. Pujiltic, Pujiltic hacia allá. Pujiltic, Pujiltic, risa morena del cañaveral”; el compositor Juan Helguera estrena frente a nosotros una pieza a la que tituló “Sóngoro Cosongo”. Con el dedo pulgar tañe las cuerdas quinta y sexta, como si fueran tambores africanos.

Los dedos restantes se desplazan sobre el encordado produciendo una melodía extraña, pero con matices caribeños. Aurora Reyes nos empieza a hablar larga, hondamente de Armando Duvalier, de Guillén, Juan Marinello y de otro poeta cubano, Rubén Bernaldo. Estamos a la sombra de una magnolia que Aurora sembró en su jardín y que nosotros adivinamos que va a durar 100 años. Cien años, sí, y muchos más. Nosotros, los cuatro.

Hablo de Cuéllar, Nandayapa y los otros dos extremos. Ahora somos (son) dos y libro nuevo. Todos amansando teléfonos. Mario Nandayapa y Julio Solís son alquimistas entregados al trabajo de alargar el tiempo. En Nicolás Flamel, Irineo Filaleteo, Basilio Valentín pesquisan las catalizaciones para delinear el pontificado de Hermes Trimegisto, pero ludicando hacia el cuatro, o sea que ya en la resolución inevitable de cuatro X 4, agregan sustancias orientales duvalerianas integrando el cuadro y en este libro también nos hablan de tankas, haikús, kakekotobas y mukurakatobas. Operemos en cien veces cuatro, nos dará por resultado las cuatrocientas voces del cenzontle. Cuatro natalicios.

Cuatro manantiales. Cuatro comburencias. Cuatro centenarios. Ya estamos en la esencia. Mucho tenemos que agradecerles a la pasión de Mario Nandayapa y a la de Julio Solís, quienes lograron para nosotros hacer la necesaria conexión con el ángel amansando sus teléfonos. Mucho, el que nos pongan a conversar nuevamente con don Armando Duvalier, quien ha sido, es y será el gran maestro de la poesía en Chiapas.

Es el maestro que enciende la poesía en Chiapas;
es el voltio que enciende la poesía en Chiapas;
es el maestro vocifero marimbeando la poesía en Chiapas;
es el maestro de la poesía lagarta;
es el voltio que conversa con la poesía en Chiapas;
es el voltio pendiente de la ceiba;
es el maestro del azufre clasificado;
es el voltio que reverdece teléfonos.

Roberto López Moreno

Comentarios

  1. Remembranza llena de genialidad, como la que merece un grande de la poesía (ya mundial), con el lirismo y la objetividad que honra al maestro, así, con esa demostración de profundidad cultural y preparación intelectual es como se logra el enaltecimiento de la obra de Armando Duvalier, un abrazo a Roberto López Moreno desenfadado negrista de las letras hispanas. Al igual que la de Duvalier
    ,soy amante de su obra poética.

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  2. Remembranza llena de genialidad, como la que merece un grande de la poesía (ya mundial), con el lirismo y la objetividad que honra al maestro, así, con esa demostración de profundidad cultural y preparación intelectual es como se logra el enaltecimiento de la obra de Armando Duvalier, un abrazo a Roberto López Moreno desenfadado negrista de las letras hispanas. Al igual que la de Duvalier
    ,soy amante de su obra poética.

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